Vicenç
Navarro
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra
y Ex Catedrático de Economía Aplicada. Universidad de Barcelona
En mis
escritos intento evitar términos que puedan parecer sarcásticos u ofensivos
para aquellos que sostienen opiniones con las cuales estoy en desacuerdo. Pero,
en ocasiones, como en la discusión de los mal llamados Tratados de Libre
Comercio, es casi imposible referirse a ellos sin hacerlo en términos que no
suenen como insultos. Y ello se debe a la terminología que utilizan y la manera
cómo son presentados por los mayores medios de información.
Me explico.
En principio, un tratado de libre comercio debería centrarse en facilitar las
relaciones comerciales entre países de manera que éstos se beneficien de este
incremento de la actividad económica. Ello exigiría que los agentes que participen
en el intercambio hubieran tenido en cuenta sus intereses dentro de una
dinámica en la que tanto los compradores como los vendedores, así como los
inversores y los receptores de la inversión, estén protegidos. Por ejemplo, si
una empresa estadounidense invierte en Europa, en caso (extraordinariamente
infrecuente) de que la empresa fuera nacionalizada, ésta sería compensada en
base a unos criterios regulados a priori que el inversor ya conocería cuando
tomó su decisión. Ahora bien, los tratados de libre comercio no tienen casi
nada que ver con el libre comercio. En realidad, cualquier obstáculo al
comercio prácticamente ya ha desaparecido entre Norteamérica y la Unión
Europea. Y es más, las inversiones estadounidenses en Europa, y las europeas en
EEUU, ya están protegidas por la legislación actual.
¿Cuál es el objetivo, pues, de estos Tratados? El Premio Nobel Joseph
Stiglitz, en su día Presidente del Consejo Económico (Council of Economic
Advisers) del gobierno federal de EEUU durante la Presidencia Clinton, lo dice
claramente en un artículo reciente, “Investor Protection: The Secret Corporate
Takeover”, Social Europe Journal (15.05.15). El objetivo es la expansión
de tal protección al inversor, a costa de ir reduciendo la protección que
los Estados han desarrollado durante estos años después de la II Guerra Mundial
con el fin de proteger a sus ciudadanos, tanto como trabajadores, como usuarios
y consumidores, y también como residentes en territorios. Una conquista muy
importante de los Estados del Bienestar en Europa ha sido justamente el
establecimiento de normas (y sanciones cuando estas no se siguen) para proteger
la salud de estos trabajadores, consumidores y residentes. Pues bien, esto es
lo que los tratados de libre comercio, instrumentalizados por las grandes
Transnacionales, están intentando eliminar. Es decir, asegurarse de que los
beneficios de tales empresas tengan prioridad sobre la salud ocupacional,
ambiental y la protección del consumidor. El Sr. Stiglitz muestra ejemplos de
ello. La compañía de tabacos Philip Morris está llevando a los Estados de
Uruguay y Australia a los tribunales porque consideran que las leyes de
protección al consumidor (que fuerzan que existan notas en el paquete de
cigarrillos señalando que el consumo del tabaco puede ser letal) les ha hecho
perder muchos ingresos, exigiendo una compensación de los Estados por esta
pérdida de ventas. Y estos Estados están desprotegidos precisamente por
tratados semejantes a los del libre comercio, que pone a Tribunales
Internacionales por encima de los Estados. Se alcanza así la eliminación de la
potestad de los Estados a proteger a sus ciudadanos, todo ello bajo el
argumento de que el Libre Comercio así lo exige. Aparece así un nuevo escenario
en el que estas Transnacionales tienen un enorme poder. En su litigio con los
Estados, tienen más recursos legales que los propios Estados, dejando a los
ciudadanos desprotegidos frente a vulneraciones de sus derechos. Y a esto le
llaman Libre Comercio.
Escribo
estas notas desde EEUU, donde han aparecido voces muy potentes, incluso dentro
del Congreso de EEUU, en contra de tales tratados mal llamados de libre
comercio. En realidad, la oposición de las bases del partido demócrata, mucho
más progresistas que las de la dirección de tal partido, han hecho vacilar a
algunos de sus dirigentes, como la candidata a la presidencia de EEUU la Sra.
Hillary Clinton, que se ha distanciado del apoyo del Presidente Obama a tales
tratados. Liderando tal oposición está el también candidato a la presidencia de
EEUU el senador socialista Sanders, que está moviendo a la izquierda el debate
que está tomando lugar dentro del Partido Demócrata. Sería de desear que una
oposición semejante apareciera también en España así como en otros países de la
Unión Europea.
pedro guglielmetti
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